miércoles, 22 de abril de 2009

ORFEO Y EURÍDICE



El mito de Orfeo y Eurídice es uno de los más hermosos de la antigüedad. Cuenta con varias representaciones pictóricas y con algunas composiciones musicales de gran valor.

Orfeo, precisamente, tenía el don de la música. Era hijo del rey de Tracia y de la musa Calíope. Desde pequeño aprendió a tocar la lira, que le había sido regalada por Apolo. Con el tiempo le añadió dos cuerdas, inventando así la lira que hoy conocemos. Cuentan que, cuando cantaba y hacía sonar el instrumento, nacía una música tan maravillosa que las fieras se amansaban y los árboles bailaban a su paso.

En cierta ocasión, Orfeo conoció a una hermosa joven que vivía cerca del palacio y se enamoró de ella. De su amor nació la más hermosa de las melodías que hasta entonces nadie hubiera cantado. La joven, que se llamaba Eurídice, también se sintió atraída por Orfeo y por aquella dulce música que agitaba su pecho y hacía que su corazón latiera con fuerza. Por eso, cuando Orfeo le propuso matrimonio, ella aceptó sin dudarlo y enseguida se celebró la boda, a la que acudieron todos los habitantes de Tracia.

Poco tiempo después, estando Eurídice cogiendo flores en un valle cercano, se le apareció Aristeo, un antiguo pretendiente que había sido rechazado por la joven en varias ocasiones. Huyendo de sus requerimientos, Eurídice pisó una piedra bajo la cual se escondía una serpiente venenosa, con tal mala fortuna que fue mordida en el tobillo y murió al poco tiempo, una vez que hubo llegado a los brazos de Orfeo, su amado. Orfeo quedó abatido por el dolor, no acertaba a comprender el sentido de aquella muerte tan estúpida. Por eso acudió a los aposentos de su padre; le habló de su pena y de que su vida sin Eurídice ya no tenía sentido. Había tomado una decisión, pues quería hallar una respuesta para aquel dolor tan grande.

Así pues, Orfeo partió por el camino que conducía a las montañas. Después de varios días caminando por lugares difíciles, llegó a la oscura entrada del reino de Estigia, morada de los muertos. Allí convenció a Caronte, el barquero, para que lo llevara hasta la morada de Hades y Perséfone. Durante todo su viaje Orfeo no dejó de cantar y su melodía era tan dulce y conmovedora, pues nacía de un profundo dolor que sólo conocen los que han perdido alguna vez a un ser querido, que Hades se compadeció de él y, extendiendo su brazo, dejó que los espectros recientes, los de aquellos que acababan de morir, se acercaran. Entre ellos se hallaba Eurídice. Hades accedió a devolver a Eurídice al mundo de los vivos pero, antes de dejarles partir a ambos a través del oscuro y estrecho sendero que conduce a la vida, le dijo a Orfeo: "Guía a tu amada con tu música, pero nunca te des la vuelta ni mires hacia atrás, pues la perderías para siempre".

Orfeo caminó lentamente, en su ascenso, cantando y tocando su lira, esta vez con un sentimiento de gozo en su corazón porque había recuperado a Eurídice y nada volvería a separarles de nuevo. Temeroso de que eso pudiera suceder, echó la vista atrás un momento, olvidando la advertencia que le había hecho Hades, y entonces pudo ver cómo Eurídice se desvanecía y regresaba al mundo de los muertos. Apenas faltaban unos metros para llegar a la superficie y él lo había echado todo a perder. Os podéis imaginar cómo se sintió después. Regresó al mundo de los vivos, lleno de tristeza, y más tarde murió. Dicen que Apolo enterró sus restos en la isla de Lesbos, que desde aquel día fue cuna de músicos y poetas, y en su honor elevó al cielo su lira y la transformó en constelación.


Ahora escucha en el siguiente video el aria del II acto de la ópera de Gluck, en donde Orfeo se lamenta por la pérdida de su amada.



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