Cuenta Santiago de la Vorágine en La Leyenda Dorada, que San Jorge, un tribuno romano de Capadocia, que vivió en tiempos del emperador Diocleciano entre los siglos III y IV, en cierta ocasión llegó a una ciudad llamada Silca, en la provincia de Libia. Cerca de la población había un lago tan grande que parecía un mar; en dicho lago se ocultaba un dragón de tal fiereza y tan descomunal tamaño, que tenía amedrentadas a las gentes de la comarca. Además, el monstruo era tan sumamente pestífero que el hedor que despedía llegaba hasta los muros de la ciudad y con él infestaba a cuantos trataban de acercarse a la orilla de aquellas aguas.Los habitantes de Silca arrojaban al lago cada día dos ovejas para que el dragón comiese y los dejase tranquilos. Al cabo de cierto tiempo los moradores de la región se quedaron sin ovejas o con un número muy escaso de ellas, y como no les resultaba fácil recebar sus cabañas, celebraron una reunión y en ella acordaron arrojar cada día al agua, para comida de la bestia, una sola oveja y a una persona, y que la designación de ésta se hiciera diariamente, mediante sorteo, sin excluir de él a nadie. Así se hizo; pero llegó un momento en que casi todos los habitantes habían sido devorados por el dragón. Un día la suerte recayó en la hija única del rey. Transcurridos ocho días, y convencido el rey de que no podría salvar a su hija, se despidieron, y emprendió ésta el viaje, abandonó la ciudad y se dirigió hacia el lago. Cuando llorando caminaba a cumplir su destino, San Jorge se encontró casualmente con ella y, al verla tan afligida, le preguntó la causa de que derramara tan copiosas lágrimas. Mientras hablaban, el dragón sacó la cabeza de debajo de las aguas, nadó hasta la orilla del lago, salió a tierra y empezó a avanzar hacia ellos. Jorge, de un salto, se acomodó en su caballo, se santiguó, se encomendó a Dios, enristró su lanza y, haciéndola vibrar en el aire y espoleando su cabalgadura, se dirigió hacia la bestia a toda carrera, y cuando la tuvo a su alcance hundió en su cuerpo el arma y la hirió. Acto seguido echó pie a tierra y le dijo a la joven que se quitara el cinturón y sujetara a la bestia con él por el pescuezo. Así llegaron a la ciudad, arrastrando Jorge al dragón. Calmó a los habitantes , pues estaban atemorizados, y les instó a recibir el bautismo. Cuando se hubieron bautizado, San Jorge, en presencia de la multitud, desenvainó su espada y dio muerte al dragón.
San Jorge, que no quiso renegar de su fe, sufrió el martirio como muchos cristianos durante la Gran Persecución del año 303. Murió el 23 de abril de ese año.
La historia de San Jorge y el dragón es, probablemente, el origen de las leyendas medievales de dragones y princesas. Hay innumerables muestras en escultura y pintura desde la Edad Media hasta nuestros días. San Jorge se venera en muchas ciudades y países.
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